Siempre presto mi corazón a quien lo pide, lo presto sin reparos, lo descoso con cuidado para no dañar aun más su delicado estado. No sé porqué lo hago. Quizá sea más una necesitad mía y no tanto del que lo recoje.
Sí, lo sé, es una imprudencia, prestar el corazón es una imprudencia, nunca sabes en que estado te lo devolverán, si al encajarlo de nuevo en el pecho volverá a latir con normalidad, si los ventrículos volverán a funcionar al compás que deben o vivirás en taquicardia el resto de vida que le quede si es que le queda.
Tal vez necesite un marcapasos que estabilice mis latidos, para que funcione de nuevo, y un hilo de seda para coserlo para siempre. O quizá un corazón nuevo que lata fuertemente en mi pecho, sano y entero y que no se pueda descoser .
Que no se vacíe su sangre en manos de nadie, que nadie juegue a la pelota con él, que nadie lo guarde en un vagón de tren y se olvide que es prestado, que le presté mi bien más preciado.
Sara Gómez Mendiguchía
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