No son los pies los que marcan mi camino, ni es el polvo de mis zapatos quien define donde piso.
Es mi alma, llena de luces y sombras, la que emprende la ruta hacia la nada.
Es mi alma quien se desnuda de lo ajeno y suelta lo que no le pertenece y busca en lo amargo y en lo dulce, el rastro de una voz jamás perdida.
Un alma inquieta que busca en el latido el sendero. Un jardín que florece en el desierto con la fe del que llega siendo el primero.
No busco en el mapa lo sagrado, porque el mapa se termina en el papel. Lo eterno es el camino y el cielo que llevo bajo mi piel.
Y mientras ando, el paso me sostiene y el alma me guía, que no hay silencio que al rumbo me encadene si es mi propia verdad mi compañía.
Sara G. Mendiguchia